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A nivel local parece que hay un debate sobre el carácter científico de los tratamientos contra el Covid-19; lo hemos visto en directo, en la televisión comercial, el lugar menos indicado para supuestos debates científicos. La cuestión parece apasionada y por momentos los periodistas disertan, no sobre su campo, sino sobre salud pública y efectos de la vacunas. Mientras que algunos médicos parecen periodistas interesados en su imagen. Incluso, personajes con reconocimiento internacional participan y utilizan analogías tomadas del futbol para explicar cómo atacar el virus en su cancha; uno de ellos, laureado y con porte nobiliario, de forma docta y definitiva explica el problema, pero al ver intentos de rebatir su magistral exposición rápidamente descalifica al opositor por apoyarse en anécdotas y apaga su conexión en zoom. Raras veces tocan el aspecto político del asunto. Tal vez sea la nueva forma de debatir en el incierto contexto de la pandemia.

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Parece que el asunto se vincula con el uso de tratamientos certificados por OMS y FDA, entre otras entidades que garantizan medicamentos, prácticas médicas, protocolos, etc., y el uso de sustancias no autorizadas como el dióxido de cloro y la ivermectina. Como carezco de formación en las ciencias de la salud no voy a referirme a temas que desconozco; apenas trataré de mostrar aspectos comunes en algunas investigaciones, el rol de la política y ciertos credos sobre la pureza de la ciencia.

Uno de los argumentos de los pro OMS/FDA es la necesidad de la prueba científica y de publicaciones en revistas certificadas que muestren las investigaciones sobre las sustancias calificadas como dañinas; las otras personas se apoyan en su experiencia con esas sustancias y el éxito en el tratamiento con sus pacientes. Ambos grupos están formados por personas graduadas en las ciencias médicas.

Por otro lado, nadie  desconoce la incompetencia del gobierno en el manejo de la pandemia, la corrupción desatada en la compra de equipamiento médico y su desinterés por la salud de la gran mayoría de la población; a ello se agrega la voracidad de los países ricos que han acaparado las vacunas. Y algo que parece letra muerta, la retórica proclama que aparece en el Código de la Salud desde 1991: “Articulo º 10 Toda persona tiene el derecho a obtener de los funcionarios competentes la debida información y las instrucciones adecuadas sobre asuntos, acciones y prácticas conducentes a la promoción y conservación de su salud personal y la de los miembros en su hogar, particularmente sobre higiene, dieta adecuada, orientación psicológica, higiene mental, educación sexual, enfermedades transmisibles, planificación familiar, diagnóstico precoz de enfermedades y sobre práctica y uso de elementos técnicos y especiales. Articulo º 135 Se declara como política del Estado: a) Asegurar el suministro adecuado de medicamentos de calidad óptima al precio más bajo posible; b) Enfatizar las bases científicas para el uso de medicamentos con el objeto de obtener la mejor efectividad terapéutica al menor costo posible”. Ese código debe ser parte de la controversia. Pero no se discute el papel de los políticos que gobiernan, las proclamas estatales, los derechos de las personas o la importancia de la economía, los problemas ambientales, el caos sanitario, sino la aplicación del método científico para averiguar la efectividad de los medicamentos utilizados en el tratamiento por Covid-19. No les interesa la relación entre esos y otros componentes con la pandemia.

Es común decir que el método científico se compone de fases ordenadas apoyadas en la razón; algunos manuales hablan de cinco y otros de siete pasos del método. Los del debaten no dicen que ese es un método y nada más, que la inducción sólo es un momento de la ciencia y que existen otros procedimientos que también son científicos. Tampoco proponen que el método se puede construir dependiendo de la realidad del científico, incluyendo las ideologías que lo han formado; es decir, el método es una construcción y no un conjunto de reglas absolutas aplicable a toda investigación.

Inseparables en las investigaciones son los modelos que  representan la realidad para ir probando resultados. Los modelos para representar el curso de la pandemia parecen poco confiables, dependen del tipo de datos que contenga y quién los selecciona; especialmente si sólo se cuenta con datos oficiales. Es decir, participan elementos subjetivos en la elaboración del modelo y esto parece inevitable. Se cree que por definición los modelos son racionales y las conclusiones que se infieren de ellos son válidas porque sus premisas son necesarias y suficientes. Pero sólo es una abstracción mental que intenta reproducir elementos de la realidad y aproximarse a ella, pero choca con la diversidad que nos rodea. Su exactitud siempre resulta más simple que la complejidad del mundo; son, pues, hipótesis científicas, hasta que sean confirmadas por evidencias empíricas suficientes en el ámbito para el que fue diseñado. Hay muchos elementos de la realidad que no se incluyen en el modelo  y al momento que no pueda dar cuenta de la realidad puede sustituirse por otro modelo. Tienen, pues, un carácter histórico.

Las dificultades aparecen de inmediato debido a la incertidumbre que provoca la pandemia y el virus por su gran capacidad de propagación y mutación. Mucho más problemático el asunto porque en el caso del cuerpo humano la complejidad es mucho mayor, puede ser destruido por un virus menos complejo que el organismo humano. Todo esto se complica por el limitado acceso a la vacuna y a otros medicamentos. En medio de la crisis nacional, que no sólo es sanitaria, brotan discusiones sobre la validez de ciertos tratamientos y la diferencia entre la medicina homeopática y la convencional, enseñada de acuerdo a programas y planes de estudio del sistema educativo. Hay algo más. Parece que en la discusión hay elementos que ni siquiera se mencionan como ser: ideológicos, políticos, incluso mercantiles. Por supuesto, todo en aras de mantener la corrección del discurso científico.

Algunos problemas en el debate

La idea de que hay un método científico con validez absoluta y que usualmente se le confunda con el método experimental, hace suponer que hay criterios únicos, compartidos por todos los científicos. Pero los criterios estandarizados, homogéneos,  son propios de la religión y de la mítica, son parte de la dogmática; más bien se requiere promover la diversidad de criterios para desarrollar el conocimiento objetivo; si alguien cree que el método tiene reglas rígidas, la experiencia que arranca desde Galileo a la actualidad desmiente tal cuestión y se refiere a construcciones racionales elaboradas según el objeto de estudio y desde ciertas condiciones históricas. Esto no anula que existan procedimientos formales y a la par cierta flexibilidad en su uso. Suponer que sólo existe un método y que sus resultados son indiscutibles es caer en manos de alguna ideología.

El método, la ciencia, los modelos de investigación, la política y la misma ideología son fenómenos sociales, históricos, cambiantes, no son formas absolutas del conocimiento. Verlos asi permite decidir libremente sobre aspectos de la realidad. Dice un cuestionado epistemólogo francés que “Las ideas que hoy día constituyen la base misma de la ciencia existen sólo porque hubo cosas tales como el prejuicio, el engaño y la pasión; porque estas cosas se opusieron a la razón; y porque se les permitió seguir su camino…. No existe una sola regla que continúe siendo válida en todas las circunstancias y no existe una sola instancia a la que se pueda apelar siempre”.

Algunos científicos no aceptan, no saben o son indiferentes al hecho de que el conocimiento científico es un componente de un sistema económico y su trabajo desempeña un papel en la producción y en la ideología; puede ser complicado entender esto por creer en la neutralidad de la ciencia y en la existencia de una comunidad científica homogénea. Si se mira con cuidado tal “comunidad está dividida, por una parte, en la mayoría de los trabajadores científicos enajenados y proletarizados y, por otra parte, en la pequeña mayoría de los portadores elitistas de la ideología burguesa, los hombres de ciencia”. Algunos de ellos los han distinguido con títulos nobiliarios y aquí los anteponen con gran reverencia, títulos y tratamientos  que en Honduras fueron abolidos desde el siglo XIX por Francisco Morazán.

Los “hombres de ciencia” y otros especialistas científicos pueden creer que su disciplina está separada de la ideología y que su accionar es en favor de la humanidad, puede ser; pero olvidan que las investigaciones que realizan son financiadas con fondos estatales, o con fuentes provenientes de la gran industria farmacéutica y de las corporaciones ligadas a la informática. Además, la pandemia ha mostrado la profundidad del negocio de los hospitales privados, el nacionalismo de las vacunas, el control geográfico de esa industria, la forma con que se desacreditan productos medicinales no elaborados en el “primer mundo” y el difícil acceso de los países pobres a las vacunas. Esto lo saben perfectamente esos venerados “hombres de ciencia”. Y, claro está, conocen muy bien las relaciones de mercado. Pero sus cuestionamientos son muy formales.

No se trata de encontrar la ideología en la medicina o en la biología molecular, etc., sino darnos cuenta cómo la ciencia tiene implicaciones en la tecnología de la reproducción, en el carácter político de la ecología, en las prácticas racistas, en la distribución geográfica de la vacunas y de otros insumos médicos necesarios para combatir el Covid-19.  Ligado a lo anterior podemos ver que siempre se ha pretendido diferenciar la ciencia pura como actividad desinteresada, de la ciencia aplicada a la elaboración de productos de consumo; pero los resultados de la ciencia pura, sus métodos, sus técnicas, sus modelos, se instrumentalizan y utilizan en la producción material y cultural. “La investigación pura con frecuencia proporciona una prueba sensible de la eficacia de los productos tecnológicos, permitiendo el desarrollo masivo de tecnología avanzada preprobada para  la producción de mercancías”, como ser productos informáticos, circuitos integrados, las medicinas, etc., o sea, estimula y potencia el consumo.

La diferenciación entre ciencia pura y ciencia aplicada es otra expresión de las dicotomías entre trabajo intelectual/trabajo manual; razón/sensibilidad; filosofía/mítica; occidente/oriente; cielo/infierno; hombre racional/mujer histérica; medicina convencional/homeopatía, etc.

“La alopatía que se apoya en el uso de diferentes drogas científicas, es considerada científica, mientras que la homeopatía, la acupuntura y la medicina herbolaria, todas las cuales provienen de la antigua cultura popular, son consideradas acientíficas y son condenadas por la profesión médica”. Supuestos debates nos muestran que cualquier eficacia homeopática en el tratamiento del Covid-19 es catalogada por los “hombres de ciencia” hondureños como “anecdótica”, improbable, por no aparecer en las revistas científicas certificadas del primer mundo. Dejando de lado cualquier referencia al conocimiento ancestral y a momentos históricos que marcaron el desarrollo de las ciencias médicas y otras formas de conocimiento que son parte de la cultura universal. Por ejemplo: “Mientras la astronomía sacaba provecho del Pitagorismo y del amor platónico por los círculos, la medicina se aprovechaba del conocimiento de las hierbas, de la psicología, de la metafísica y de la fisiología de las brujas, comadronas, charlatanes y boticarios ambulantes. Es bien sabido que la medicina de los siglos xv y xvii, aunque teóricamente hipertrófica, estaba completamente desamparada ante la enfermedad (y permaneció en ese estado durante mucho tiempo después de la «revolución científica»). Innovadores como Paracelso recurrieron a ideas primitivas y mejoraron la medicina. En todas partes la ciencia se enriquece con métodos acientíficos y resultados acientíficos, mientras que los procedimientos que a menudo han sido considerados como partes esenciales de la ciencia quedan completamente suspendidos o son esquivados. Este proceso no se restringe a los primeros pasos de la historia de la ciencia moderna”.

Esa división maniquea de las cosas, que los investigadores y “hombres de ciencia” deben evitar para considerar la realidad como un todo interconectado en un sistema de contradicciones, se expresa incluso en las relaciones sociales y en la división social del trabajo. Así, vemos que desde la psicología industrial se elaboran modelos que representan las formas del trabajo y organizan “el proceso de trabajo de tal forma que dividen a los trabajadores y los hacen trabajar hasta el límite de su capacidad física, esto es algo científico. Pero cuando los trabajadores encuentran la forma de unirse, declarar la huelga, y reorganizar el proceso de trabajo para hacerlo tan placentero como sea posible, esto, claro está, es algo acientífico.

¿Cuáles son los criterios que respaldan estas distinciones? ¿Por qué la homeopatía y la medicina herbolaria son habilidades y la alopatía “ciencia”? ¿Por qué llamamos artesanía a la invención de un mecánico o de un herrero y producto de la ciencia y la tecnología al mismo invento cuando es presentado por una firma de ingeniería?”.

En fin, da la impresión que equiparar las pericias, ahora dicen “expertiz”, entre el alópata y el homeópata, entre el mecánico y el ingeniero, entre el “hombre de ciencia” y el médico general, pone en riesgo la autoridad y prestigio del científico; pone en entredicho la jerarquía entre la investigación pura y la aplicación técnica. Es probable que nuestros investigadores científicos se den cuenta que en sus debates también existen relaciones de poder, que algunos de ellos no cuestionan. Y que el momento actual, tan crítico, ya que está en riesgo la existencia de millones de personas; circunstancia en donde confluyen diversas expresiones de la crisis del sistema como ser, crisis sanitaria, crisis ambiental, crisis política, crisis económica, sea la mejor circunstancia para desarrollar una nueva actitud científica sin prejuicios ni formas de pensamiento preconcebidas; considerar pues, que “El espíritu científico es esencialmente una rectificación del saber, un ensanchamiento de los marcos del conocimiento” .

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