
José Pío Tamayo Rodríguez nació en El Tocuyo el 4 de marzo de 1898. Sin ser terratenientes, sus padres fueron hacendados más o menos acomodados del lugar. Desde muy niño Pío se inclinó por las letras y el periodismo. Esta vocación lo llevará a fundar revistas y periódicos y a participar en ellos desde la escuela primaria.
A causa de la muerte de su padre, desde muy temprana edad Pío tuvo que dedicarse a la administración de la hacienda. Con espíritu innovador modernizó la finca y paralelamente mejoró las condiciones de vida y trabajo de todo el personal a su cargo. Incorporó maquinarias agrícolas, instaló servicios sanitarios para los peones, dotó de luz eléctrica las casas de los trabajadores y la hacienda, abrió un cinematógrafo, fundó una granja porcina y el primer transporte colectivo entre Barquisimeto y El Tocuyo, con precios accesibles para todos. Asimismo intentó armar una cooperativa con los trabajadores, pero esta iniciativa no prosperó.
Esa actitud progresista de Pío con respecto a los trabajadores, más sus escritos siempre libertarios, disgustaron al tirano Gómez, quien comenzó a perseguirlo a través de sus esbirros. Por consejo del presidente del estado Lara, el general Velasco, Tamayo decide irse del país. Allí comienza su peregrinar por San Juan de Puerto Rico, Nueva York, La Habana, Panamá, Guatemala y San José de Costa Rica.
En la Habana profundiza sus convicciones revolucionarios estudiando el marxismo y participando en la formación del Partido Comunista de Cuba, donde se unió a otros venezolanos que luchaban contra la dictadura gomecista. También desde Cuba escribió para el periódico “Venezuela libre” y en la “Revista Universitaria”.
En casi todos los países donde residió fundó o escribió en diferentes publicaciones progresistas y revolucionarias con el apasionamiento que siempre lo caracterizaba, hasta que en 1927 decidió regresar al país.
Un año después de su regreso, en el Carnaval de 1928, participó en la coronación de Beatriz I, Reina de los Estudiantes, en el Teatro Municipal de Caracas, acto en el cual lee su poema “Homenaje y demanda del Indio”, cuyo texto enfada sobremanera a Gómez, ya que el público considera el poema como un llamado a reconquistar la libertad perdida.
Pío Tamayo es detenido y encarcelado en el castillo de Puerto Cabello. Pero su espíritu revolucionario no se frenará, y al poco tiempo fundó en la prisión una escuela para analfabetos y otra dedicada a la enseñanza del marxismo, “La Carpa Roja”, donde entre sus alumnos estaban Jóvito Villalba, Miguel Otero Silva, Fernando Key Sánchez, Miguel Acosta Saignes, Rodolfo Quintero, Kotepa Delgado, Iván Darío Maldonado, Juan Bautista Fuenmayor, entre otros.
El régimen dictatorial y vendepatria de Gómez no tendrá contemplaciones con el desafiante prisionero. Pío Tamayo será recluido en una celda insalubre donde contraerá tuberculosis. Por su calamitoso estado de salud, en diciembre de 1934 fue dejado en libertad, pero en menos de un año, la enfermedad lo consumió, muriendo el 5 de octubre de 1935.
En homenaje al revolucionario publicamos el poema “Homenaje y demanda del Indio” (1928), quienes muchos consideran al Primer Manifiesto Antigomecista.
“Homenaje y demanda del Indio”
Sangre en sangres dispersa,
almagre oscuro y fuerte
estirpe Jirajara.
Cacique Totonó,
-baile de piaches, rezo de quenas-
soy un indio tocuyo
yo.
Meseta brava y bella
que abre su arcada a los llanos
y sus patios a la luna;
patíbulo de Carvajal,
espinas de cardonales,
polvo y sol.
Altiplano tocuyano
que nutre su carne en jugos
blancos de cañamelar.
Y los hace sangre roja
en la flor del cafetal;
bueno y santo
por la madre,
y porque me enlaza hermano
del de la selva en Oriente
y del de la sierra al sur.
Yo llegué de ese altiplano
a avivarme en mis hermanos
los de la Universidad,
-savia en afanes quemada,
delirio del roble erguido-
y a rendirte mi homenaje
de indio triste
Majestad.
…
Beatriz del estudiante,
cetro de rebeldías,
corona de futuros;
bajo el patio de auroras de vuestro trono eres
la juvenil canción del amanecer.
El ensueño durmiente al amparo del alma
jubilosa y dinámica de la federación,
hecho viva esperanza
en tu luz de mujer.
Y digan con mis voces palabras de tus súbditos
que es tu reinado, Reina, el único que no hace
cesarismo anacrónico,
en esta nutrida selva de Guaicaipuro,
de Mara y yaracuy
y del equino trueno
de los cien mil corceles
sobre el que galoparon
libertadas naciones.
…
Y ahora, majestad,
con el sollozo esclavo de un jacaney rendido
el súbito presenta su demanda ante vos
descarnado de insomonios
se consume mi rostro
y los tiempos incrustan sus cauces en mis sienes.
Retornan a romper las obras de los montes
baladros caquetíos.
Se desatan los ecos de vencidos lamentos
y corren sobre el área salvaje de los llanos
o se extinguen muriendo en los senos intactos
de un Pacaraima hermético.
¡Me han quitado mi novia!
La novia que me quiso; ¡mi novia enamorada!
Palabras que se dicen con la pena infinita
de quien ya no podrá volverlas a cambiar…
Qué bien decirte tú,
como a mi novia, Reina.
En ti la miro a ella
y al mirarte me acuerdo…
Era de sol su carne y de un frágil metal.
El eco de sus voces era de acero azul.
Estaba hecha de alturas. A ti se parecía.
Yo fui su novio niño,
-ya lo hemos sido tantos-,
Cantar, correr, soñar,
en el soleado campo, en la vega porosa,
junto al lirio morado,
al laurel
y al signo rojo de las rosas.
…
¡Cómo me acuerdo, Reina!
Temblando bajo sombras la amaba con angustias.
En mis venas corrieron los miedos por su vida.
Y un día me la raptaron
un día se la llevaron.
Desde los horizontes,
allá donde hace señas de adioses el crepúsculo,
vi encenderse los últimos luceros de sus besos.
Aprestarse a la andanza, porque la hemos perdido
¡y salid a buscarla!
¡Mirar cómo levantan asfixias hasta el cielo
las crestas de los cerros!
…
Pero no, Majestad que he llegado hasta hoy,
y el nombre de esa novia se me parece a vos!
Se llama LIBERTAD!
Decidle a vuestros súbditos
-tan jóvenes que aún no pueden conocerla-
que salgan a buscarla, que la miren en vos,
¡Vos, sonriente promesa de escondidos anhelos!
Vuestra justicia ordene,
Y yo enhiesto otra vez,
-alegre el junco en silbo de indígena romero-
armado de esperanzas como la antigua raza,
proseguiré en marcha,
pues con vos, Reina nuestra,
juvenil, en su trono, ¡se instala el porvenir!