El 6 de agosto Ucrania lanzó una gran ofensiva en la región rusa de Kursk, en la cual el factor sorpresa y la prácticamente nula preparación de las defensas fronterizas rusas determinaron el rápido avance de las columnas y vehículos ucranianos. Para esta ofensiva el país movilizó lo mejor de sus reservas en hombres y equipos, logrando en las primeras horas avanzar varios cientos de kilómetros en territorio de la provincia rusa, algo que se ha ido revirtiendo lentamente, en la medida en que Rusia comenzó a reaccionar y se movilizaron tropas de las reservas para contener y eventualmente contraatacar en diversos puntos de este nuevo frente.
Las autoridades locales y el gobierno de Vladimir Putin han reaccionado con fuerza a esta invasión ucraniana, la cual, como repiten hasta el hartazgo los grandes medios cartelizados de Occidente, “es la primera del territorio ruso desde la segunda guerra mundial”. Se han desplazado varias decenas de miles de civiles desde la zona del conflicto a regiones más seguras y desde Moscú se ha prometido que Kiev lamentará sus acciones.
Por su parte, los aliados occidentales de Ucrania, luego de pretenderse completamente sorprendidos por los hechos, han negado sistemáticamente cualquier implicación en los planes ucranianos. Sin embargo, este era uno de los horizontes previsibles cuando se aprobó el uso de las armas suministradas a Kiev para atacar territorio ruso. Como para dar una demostración simbólica de que el apoyo a Ucrania permanece invariable, Alemania acaba de anunciar un nuevo paquete de ayuda, que incluye: un sistema de defensa aérea IRIS-T SLS, 14 mil cartuchos de munición de 155 mm, 10 buques de superficie no tripulados, 16 drones de reconocimiento VECTOR con repuestos, material para la desactivación de artefactos explosivos, seis excavadoras de ingeniería de alta movilidad, un vehículo blindado de recuperación Bergepanzer, dos con piezas de repuesto, 55 mil botiquines de primeros auxilios, 700 fusiles de asalto MK 556, 10 fusiles de precisión HLR y 50 fusiles CR 308. Este material, que viene muy bien para las menguantes reservas ucranianas, es insuficiente para revertir la situación actual de la guerra.
La incursión ucraniana en Rusia se puede considerar el punto de giro definitivo al actual conflicto ruso-ucraniano por múltiples razones. La primera de todas es que el frente ucraniano en el Donbás ha comenzado a desmoronarse de forma sostenida. Desde hace varios meses los avances rusos se verifican cotidianamente y en las últimas horas varios medios confirmaban la caída de la renombrada ciudad de Niu-York, último bastión ucraniano en la región desde el inicio del conflicto en el 2014. En varias direcciones las tropas rusas avanzan, haciéndose con el control de nudos de comunicaciones, poblados y ciudades estratégicos. Las tropas ucranianas en este frente carecen del equipo y las fuerzas suficientes para organizar una defensa efectiva, con lo cual, luego de sufrir fuertes bajas, acaban retirándose a nuevas posiciones. De mantenerse la presión en toda esta línea, y Rusia no parece dispuesta a ceder, es posible que veamos un colapso mucho más estrepitoso en un futuro cercano.
La segunda razón es que Ucrania, a pesar del apoyo de la OTAN, no tiene ya las reservas suficientes, sobre todo humanas pero también materiales, para mantener el esfuerzo de guerra por mucho más tiempo. El sostenido conflicto de desgaste en el Donbás, el fracaso de su ofensiva con la consiguiente pérdida de hombres y equipos, las insuficiencias de la industria militar otanista para dar respuesta a los niveles de munición y equipos que una guerra de desgaste de esta dimensión implica, la picadora de carne en que se ha convertido cada batalla, con Ucrania empeñada en defender posiciones difícilmente defendibles a un alto costo de vidas (como en la fase final de la batalla por Bajmut), son todos factores que han dejado al país en una escenario sumamente tensa. Situación que se acaba de agravar con la apertura de un nuevo frente que Ucrania carece de músculo para sostener en el tiempo.
Mientras, Rusia aún no ha desplegado la totalidad de su poderío, incluyendo importantes reservas movilizativas, ya Ucrania está al límite. Algo que era previsible, dadas las evidentes asimetrías entre las partes en conflicto.
Esta guerra, además, ha demostrado los límites industriales y económicos del bloque otanista, desangrado por este conflicto proxy. A diferencia de otras incursiones en el pasado, como Yugoslavia o Libia, conflictos cortos donde la superioridad aérea y militar determinaba rápidamente la victoria, en el caso del ucraniano se han visto confrontados en un escenario de guerra de desgaste, donde ambas partes venden caro cualquier avance y donde los drones y la artillería, usados masivamente, desempeñan un papel fundamental. La industria militar del bloque, sobre todo en Europa, demostró no estar preparada para el reto que significa una contienda de estas dimensiones, pero además, muchos de sus principales equipos, que tenían poco o ningún uso en combate real, se han mostrado como costosos e inútiles en el terreno.
Los Estados Unidos, por su parte, si bien han aprobado millonarios paquetes de ayuda a Ucrania, han sido lentos en los ciclos de aprobación y envío de estos, además de tener que sortear las reservas políticas internas ante un sector del congreso y el senado que ve la guerra en curso como un gran desperdicio de dinero. Además, en los últimos tiempos el gobierno de Biden ha debido destinar importantes sumas a sostener a su socio genocida en Medio Oriente, empantanado en una situación potencialmente explosiva fruto de sus crímenes y torpezas.
En su apoyo a Ucrania, la OTAN y Occidente han pretendido no ver los símbolos evidentes de la ideología nazi entre no pocos miembros del ejército de Kiev. Probablemente sean la expresión de un nacionalismo mal digerido que ve en figuras como Stephan Bandera un héroe independista y en el proyecto nacionalsocialista para Ucrania una solución al carácter multiétnico de la nación. Esta ideología puede ir ganando fuerza en la medida en que se agudiza la crisis política y social al interior del país y en la medida también en que los frentes de batalla comiencen a desmoronarse.
En medio de este pantano en el que se encuentra Kiev, los grandes medios cartelizados insisten en mostrar las acciones en curso en la provincia rusa de Kursk como militarmente viables e incluso se hacen serios análisis sobre la posibilidad ucraniana de ocupar y sostener en el tiempo una vasta porción del territorio ruso. Una mirada un poco más de cerca desmonta esta ilusión.
Para Rusia desgastar y vencer a Ucrania hoy es desgastar y vencer a la OTAN. Es un conflicto en el cual se decide el futuro de la nación y su seguridad. La invasión de Kursk refuerza aún más la sensación de que, para que sus fronteras sean seguras, el actual régimen que gobierna en Kiev y su lógica prootanista y filofascista deben ser derrotados y expulsados definitivamente.
Rusia, como gran potencia en el pulso hegemónico en curso, no puede permitirse la derrota y menos la contemporización con un enemigo, como es la OTAN, que se ha demostrado dispuesto a humillarla y fragmentarla. Salvo que la OTAN determine una intervención directa en el conflicto, lo cual escalaría la situación a niveles peligrosamente irracionales, la guerra en Ucrania parece estarse acercando a una curva crítica definitiva.
José Ernesto Nováez Guerrero