
Uno de los engaños más profundos en el tema de la comunicación política actual es el hacernos creer que los medios digitales, es decir el entorno digital es el entorno exclusivo para realizar las actividades de comunicación, y que en cualquier otro espacio no hay más que silencio.
Con esa concepción, los políticos, incautos, comienzan a seguir las tendencias de las redes sociales, hacer bailes de moda, usando sonido en tendencia y tratar de tener el mayor número de seguidores posibles, como si de voluntad política o de votos se tratara, e intentar ganarse y sintonizarse con “el algoritmo”, dejando de lado lo fundamental, el mensaje y la forma como este se presenta.
Este hecho pone en conflicto la necesaria seriedad del mensaje político con la vana presentación que se hace del mismo, colocando al emisor a tener que ganarse al medio, para tan solo acceder al receptor, sin garantizar que este acepte y comprenda el mensaje, que es lo más importante.
En ejercicio de esta forma de pensar y comportarse, sometido a las reglas de estas redes, el propio político emisor se ve atrapado en una silenciosa e imperceptible estrategia para mellar la percepción que de su liderazgo tienen los ciudadanos.
La otra característica es que esta forma de ciberguerra se afianza sobre el espionaje digital universal, constituyendo un nuevo campo de batalla, ya que no se trata de comunicar, sino que los instrumentos tecnológicos utilizados para comunicar, son capaces de recopilar datos de nuestra realidad personal como preferencias, lugares que frecuentamos, estados de ánimo, robo de información confidencial y otras cosas, y con esta información, utilizada de forma inversa, se pueden ejecutar ataques cibernéticos, sabotaje de infraestructuras críticas, a equipos e instalaciones, así como también a personas por parte de grupos organizados a los que se les proporciona la misma, llegando a convertirse en problemas de seguridad nacional.
Esta creciente recopilación de datos personales se manifiesta cuando estos datos se utilizan para el seguimiento de nuestros movimientos, la manipulación de nuestras decisiones, la discriminación, el acoso o delitos informáticos.
Todo esto puede tener un profundo impacto psicológico sobre las personas por el constante bombardeo de información o desinformación, teniendo un impacto negativo en la salud mental y bienestar de las personas, pudiendo alterar la percepción pública, polarizar opiniones y hasta influir en procesos políticos y electorales.
Entendiendo que estos espacios no son los únicos para la comunicación política se trata es de otorgarle su justo valor comunicacional, y emprender acciones en ellos de manera metódica bajo tácticas innovadoras, banear las redes comprendiendo sus limitantes, ya que son manipulados por sus propietarios.
Entonces es necesario internalizar que los medios de comunicación digital, a pesar de su condición de masividad e inmediatez, no sustituyen la presencia, el contacto, vinculo espiritual y emocional sincero y la transmisión de información de los líderes y dirigentes políticos directamente con el pueblo, así como la atención, consulta y solución de sus necesidades reales y concretas, recordándole además a los ciudadanos de forma permanente quien es el responsable de sus soluciones y de la ampliación de sus derechos, esto frente al no reconocimiento la invisibilización, desestimación o banalización y el baneo que se produce en los medios digitales de los logros y del liderazgo.
Esta presencia física permite además abrir espacios permanentes para la reflexión profunda y seria, el estudio, la concientización y la organización política de los ciudadanos, permitiendo transmitir información e incorporarlos a la red de la organización popular y comprometiéndolos con los propósitos políticos o ideológicos que se planteen, cosa que las redes digitales no permiten.
Carlos Guia.
Editor de la Revista Política y Poder.
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